El incendio es político
El fuego que corre por la Amazonía no es accidental, episódico, casual. Ha sido prendido, en gran medida, por la irresponsabilidad de algunos hombres de poder
Hasta ahora, el debate –angustiado- sobre la tenebrosa ola de incendios que se están presentando en Bolivia, Paraguay, Perú y especialmente en Brasil, desde hace casi tres semanas, se ha centrado sobre todo en las causas ambientales, sociales o científicas de este episodio extraído de los delirios de Dante Alighieri. Se consulta a agrónomos, a biólogos, a expertos en Defensa Civil, a curas incluso. Pero no tanto a los políticos.
Hace unas días, sin embargo, el presidente francés Enmanuel Macron puso la pelota en la cancha global al proponer que el tema se incluya en la agenda de la cumbre del G-7 que se realizó en Biarritz. De esta reunión han salido 20 millones de dólares para apoyar a los países afectados por los incendios en la Amazonía, o en ecosistemas vecinos (como es el caso de Paraguay y Bolivia), pero sobre todo una conclusión evidente.
No es que la naturaleza se ha ensañado con nosotros, ni que una chispa inesperada encendió esta pradera que está haciendo involucionar al bosque tropical más grande del planeta. Es que el horror que estamos viendo se origina, en gran medida, por la forma cómo se está gobernando dentro y alrededor de la Amazonía. Es que el incendio es forestal y político. Y no hay nada más político que el medio ambiente.
Las llamas que vemos, como ya se ha señalado desde varios frentes científicos, no han sido producto de una casualidad, de la mala hora que nos tocó un domingo cualquiera. Son la consecuencia de la miopía humana expresada en algo tan simple, pero riesgoso, como tumbar bosque amazónico para expandir la frontera agrícola; es el corolario de una mentalidad, y una práctica social, que prefiere lo rápido antes que lo sostenible.
No es que en este mágico trópico no se pueda cultivar. Hasta los indígenas en contacto inicial lo hacen en pequeña escala, pero no siempre conviene. Las más de las veces es mejor mantener el bosque en pie, en vez de tumbarlo como si fuera un estorbo. Esto último es lo que está ocurriendo y, por ello, la génesis de esta tragedia es esencialmente política. Es el efecto trágico de una forma de gobernar los ecosistemas.
Jair Bolsonaro, el actual presidente del Brasil, desde que llegó al cargo ha emprendido una suerte de carga pesada contra la institucionalidad ambiental de su país. Ha puesto, entre otras cosas, el ministerio del Ambiente en manos de Ricardo Salles, alguien más bien identificado con la agroindustria. También ha recortado fondos para la investigación, y ha anunciado que no dará “un centímetro más” para tierras indígenas.
Es un descreído del cambio climático, al igual que su canciller, Ernesto Araújo, quien cree que se trata de un malvado complot de la izquierda internacional. Por si no bastara, insinuó que las ONGs ambientalistas están detrás de la tragedia, sin prueba alguna, y como si eso exorcizara su prestigio de mandatario ‘antiambientalista’, ganado a pulso por su verbo flamígero y sus medidas claramente distantes de la conservación.

un bombero del estado del acre tratando de apagar el fuego/fuente : agencia efe
Sí, es cierto que en años anteriores hubo incendios de una magnitud similar. Pero que en este 2019 hayan aumentado en Brasil en 84% significa algo clamoroso: estamos en un tiempo donde prender el bosque es permitido y alentado. Bolsonaro, al vulnerar la gestión ambiental, está llamando a ese sórdido fondo humano que puede ver un árbol como si fuera un tronco que impide la subida de la oferta y la demanda.
El mal ejemplo bajando de la cúspide del poder, desde la esfera oficial; es una educación política, y anti-cívica, plasmada en Brasil hasta en un delirante Día del Fuego (10 de agosto pasado). No hace falta, además, ser un ultraderechista desatado para perpetrar esta barbaridad. El presidente de Bolivia, Evo Morales, también ha prendido la mecha al autorizar quemas en los bosques de la Chiquitania, otro ecosistema afectado.
Iban a ser “controladas”, según él, pero resultaron fatales al fin y al cabo. Antes del fósforo, estuvo el hacha; y antes aún la ceguera ambiental y política. Con el agravante de que los indígenas han quedado, otra vez, ninguneados como si no tuvieran vela en el funeral amazónico. Incluso en algunos memes, transidos, que han venido circulando en las redes sociales aparecen más animales que nativos. ¿No viven allí por casualidad?
Toda esta deriva inconsciente sobre la importancia de la Amazonía viene desde las alturas de los gobiernos, y en parte del poder económico, como una directiva implícita que tiñe la sociedad de una voluntad depredadora. Así como hay presidentes que llaman a los ciudadanos a reducir el consumo de plástico, hay otros que invitan a sus gobernados a tumbar árboles sin medir las consecuencias. O a ignorar el cambio climático.
Es posible incluso que algunos de quienes prendieron los bosques, para ganar tierra agrícola, piensen que le hacen un bien a la humanidad, porque lo harán para cultivar plantas comestibles. Pero no. El bosque amazónico es el agua, es la lluvia, es la vida. Es la posibilidad de que otras regiones del planeta existan, como lo ha demostrado el científico brasileño Antonio Nobre, al hablar del ‘Polvo de hadas de la Amazonía’.
Es decir, de la mágica cualidad por la cual el bosque amazónico pone 20.000 millones de toneladas de agua en la atmósfera al día, y provoca lluvias hasta en la Patagonia. No es una fábula que es vital para todo el planeta. Tal vez sea, más que el pulmón del mundo (los océanos producen más oxígeno), esa parte sin la cual la Tierra, ni los seres vivos, existirían como tales. El epicentro indispensable de la biodiversidad.
El añadido penoso de estos días es que parece haber una disputa ideológica en torno al problema. El presidente colombiano Iván Duque ha anunciado que Colombia quiere liderar un pacto por la conservación de la Amazonía, cuando ese pacto ya existe y es la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA). Bolivia, por su parte ha denunciado que llamó a los países de esta entidad a reunirse de emergencia, pero…
…Algunos no habrían aceptado estar por la presencia de Venezuela en la OTCA.¡Vaya pedagogía política! Si en Europa no saben qué hacer con la crisis migratoria, en Sudamérica no se sabe bien cómo manejar la Amazonía. Y mientras tanto esta se hunde, se incinera. Se va ‘sabanizando’ o extinguiendo por acción de las quemas, cuando no de las carreteras, la minería, la tala ilegal, el narcotráfico, las hidroeléctricas.
Desde que conozco la Amazonía, en sus ríos y bosques, en sus lagos y montañas frondosas, tengo claro que no es intocable, que se puede aprovechar. Que puede soportar vías de comunicación prudentes, que puede darnos madera valiosa, pescado suculento o frutos maravillosos. Lo que no se puede hacer con ella es destrozarla, en nombre de un concepto de desarrollo que disuelve toda su belleza y posibilidades.
No son, por eso, las oraciones las que nos salvarán de este trance de espanto. Dios, o los apus amazónicos, que por algún bosque andarán, poco podrán hacer si el hombre terrenal se vuelve brutal. Y si quienes gobiernan asumen que su papel en este mundo es llamar a consumir hasta que los recursos se consuman. Los ciudadanos, de cualquier parte del mundo, tenemos que hacerles saber que esa hoguera la vamos a apagar.