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un grupo de indígenas aislados cruzan un río amazónico/foto: eddy torres/sociedad zoológica de francfort

Aislados, contagiados y afectados

El diario El País de España cuenta, en la pluma de un reportero peruano, la dramática historia de la salud de los pueblos indígenas en aislamiento y contacto inicial. Aún hoy, en este siglo, siguen los episodios trágicos y dolorosos. 

Publicado: 2018-09-28

“El espíritu de los foráneos mata”, opina Antonio Sueyo, desde sus arrugas serenas, desde sus 89 años. Los primeros 25 transcurrieron entre la selva, sus malocas y su gente de la etnia harakbut, un pueblo que habita en el sur oriente del Perú. Hasta esa edad, no tuvo contacto con el mundo urbano, ni siquiera con las ciudades más grandes de la Amazonía. Vivió tranquilo, sugieren sus gestos y palabras en esta suave tarde selvática. 

Héctor, su hijo, que sí llegó a estudiar en la escuela y en la universidad, traduce su verbo, porque su padre apenas habla unos cuantos retazos de castellano. Antonio mueve mucho las manos, se emociona y suelta su dialecto indescifrable, de frases cortas, que le proveen un entendimiento del mundo y de su mundo. “Un día me enfermé comiendo pescado”, relata.

antonio sueyo,  llamado 'sontone'  en un ritual/foto: ministerio de cultura del perú

Lo que viene del cielo

Estaba postrado. Comió un boquichico (Prochilodus nigricans) y estuvo tres días con dolores de estómago en unos tiempos en los que no conocía ni la pastillas. Un curandero le hizo un ritual de cantos mientras cogía en las manos un poco de saliva y hojas de tabaco seco. Para que se entienda mejor, lo canta, lo cuenta, lo pone en escena.

Sanó. Ayka se llamaba su benefactor, un personaje muy distinto a los que hacia los años cincuenta comenzaron a venir por el cielo, montados sobre avionetas, trayendo lo que Antonio, a quien entonces llamaban Sontone,identifica hasta ahora como el mal, lo extraño. "Eran los dominicos", traduce Héctor. La realidad es que los frailes vinieron con las más nobles intenciones, aun cuando algunos de ellos no sabían lo que hacían.

Estos hombres de Dios les dieron cuchillos, ollas, panes, galletas, caramelos. Esto último produjo una revolución irreversible en la vida de los harakbut: no conocían el azúcar y otros alimentos, de modo que desarrollaron un consumo imprudente de algunos de ellos. Desde entonces todo cambió hasta el punto que un día, por primera vez en su historia, vieron gusanos en una defecación humana. 

Sontone recuerda que “fue una chica” la que observó eso en sus heces y se llevó un enorme susto. Por esos años, Isabel, una de sus hijas, se habituó a comer azúcar. Un tiempo después, murió. Imposible saber hoy si la causa fue la epidemia del dulce u otra afección. Lo que sí parece concluyente es que ese “contacto inicial” de los harakbut les alteró la vida, la salud y la nutrición.

Beatriz Huertas, antropóloga experta en pueblos indígenas en aislamiento y contacto inicial (piaci), sostiene al escuchar la historia que la integración tiene que ser "lo más lenta posible" y que debe incorporar la dimensión ambiental, comunitaria, cultural. “La mezcla y la agrupación”, que es lo que hacían los dominicos al convocarlos a vivir en misiones, es arriesgada. La llegada de otros insumos alimenticios, también.

No era el paraíso, ciertamente —Sontone evoca, entre sus historias, enfrentamientos con pueblos vecinos— , pero todo indica que comían mejor. Hasta que en 1538 llegó el español Pedro de Candia y posteriormente los misioneros. Con la conquista, arribaron las enfermedades desconocidas.

Noble David Cook, historiador de la Florida International University, lo ha contado en su libro 'La conquista biológica. Las enfermedades en el Nuevo Mundo'. Los mejores aliados de los conquistadores fueron el sarampión, la viruela, la gripe, la peste bubónica. En los Andes y en la Amazonía. Aparentemente, con los siglos eso amainó. Pero el drama continúa, a pequeña escala, en los pueblos que viven aislados.

Otro menú, otra inmunidad 

De pronto, Sontone se ha acordado de cuando cazaba sachavacas, venados y sajinos en abundancia. Aún hoy estos mamíferos se consumen en la Amazonía, y para él y sus hermanos, era el sustento diario, la despensa natural. La pesca a su vez era dispendiosa, al punto que los peces grandes, como la gamitana (Colossoma macropomum), eran capturados para amontonarlos y atraer al águila harpía.

Esta ave rapaz (Harpia Harpyja) les servía para obtener plumas que, según él, son muy buenas para las flechas. De menú preferían los peces chicos, como una especie de sardina a la que llamaban dasite, y cuya huevera les parecía deliciosa (una suerte de caviar ancestral acaso). Esa comida hizo de los harakbut hombres fuertes, bien alimentados, incluso de un tamaño algo superior al de otros indígenas amazónicos.

En América Latina, a los piaci se les encuentra en Bolivia, Brasil, Colombia, Paraguay, Ecuador y Perú. Aunque es difícil estimar su número, debido a su nomadismo o seminomadismo, se estima que en este último país serían unos 5.000 pertenecientes a unas 10 etnias. Algunas, como los machiguenga o los nahua, tienen una parte de su población en aislamiento, otra “en contacto inicial” y otras ya en contacto permanente.

Sontone pasó por esas tres etapas y vive para contarlo. Como ocurrió siglos atrás, los indígenas aislados de hoy (él lo fue hasta los 25 años) adolecen de vulnerabilidad biológica en un medio distinto. A veces se complican con una gripe común, que un poblador urbanita supera luego de unos días. Según el doctor Fernando Mendieta, quien ha trabajado atendiéndolos, “su sistema inmune es un misterio”.

Pueden haber generado, agrega, defensas para “enfermedades propias del bosque”, pero frente a otras “no tienen inmunidad alguna”. Son capaces de desarrollarla, solo que después de un evento traumático. Una vez, observó que varios indígenas en contacto reciente mostraban severos síntomas respiratorios. Él previó que la situación se agravaría, aunque sorprendentemente, a los cinco días, “la morbilidad se autolimitó”.

Una posible explicación es que, antes de ese episodio, el agente patógeno ya había atacado a esa comunidad y había hecho que adquirieran defensas. Pero a un coste muy alto. Mendieta cuenta que, en ese caso, se estableció un diálogo con los afectados y se determinó que uno o dos años antes (la manera de concebir el tiempo es otro problema, al interactuar con los piaci) habían pasado por una epidemia que causó mortalidad.

Habían fallecido niños y ancianos y, como observa el médico, “se dañó la estructura social”. No siempre hay esa relativa suerte, además. Con frecuencia, una gripe pasa a una neumonía con facilidad. Es lo que observó Huertas en unos infantes machiguenga recién salidos del aislamiento, allá por el 2010, también en la selva sur oriental. Llegaron con sus padres al campamento donde ella estaba y se les veía muy mal.

una famiilia de machinguengas recién salidos del aislamiento/foto: beatriz huertas

El contacto pernicioso

Posteriormente, lograron ser salvados y volvieron a su comunidad. No siempre hay esa fortuna, sin embargo. La propia Huertas tiene registrados varios casos de epidemias ocurridas entre los machiguenga que viven en la zona de los ríos Manu y Piñi Piñi (cerca del famoso Parque Nacional del Manu). En el año 2007, por ejemplo, el ingreso de la empresa productora Cicada Films en este territorio habría producido estragos.

De acuerdo a la Federación Nativa del Río Madre de Dios y Afluentes (Fenamad), entonces habrían muerto tres niños y un adulto. La empresa argumentó que no había evidencias de que alguien de su equipo hubiera producido el contagio. Ese parece ser el problema: no se trata de algo tan visible. Basta con que alguna persona, sin saberlo, lleve un virus desconocido para estas poblaciones.

Por eso, las autoridades peruanas y de otros países recomiendan no propiciar el contacto con los piaci. En el caso descrito se autorizó a la compañía a que fuera hasta cierta parte donde vivían los machiguenga. Pero una versión de Survival International señala que como los vieron vestidos de forma “occidental” buscaron a los “no contactados”. Si eso fue lo que ocurrió, se cometió un profundo y peligroso error.

Otro hecho registrado por Huertas ocurrió en el año 2003 en las comunidades de Tayacome y Yomibato, donde habrían muerto 12 indígenas en contacto inicial, tal como reportó entonces la Defensoría del Pueblo. Al año siguiente, en la misma zona y según la Dirección Regional de Salud de Madre de Dios (departamento peruano donde se ubican estas comunidades), los muertos habrían sido 17.

En 1984, tal como recuerda una carta de mayo del 2017 presentada por la Asociación Interétnica para el Desarrollo de la Amazonía Peruana (Aidesep) y el Instituto de Defensa Legal (IDL) a la Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, habría muerto el 60% de la etnia nahua a causa de epidemias surgidas después de la incursión de la empresa petrolera Dutch Shell.

¿Por qué un informe del año pasado recordaba los años ochenta? Porque todo indica que la lección no se ha aprendido. La alerta lanzada por estas organizaciones se debió a que, actualmente, trabaja en la misma zona la compañía Plus Petrol, sobre el denominado Lote 88 que es parte del Proyecto Camisea, uno de los más importantes para la economía peruana. No habría habido protocolos claros para relacionarse con los piaci. 

La consecuencia infeliz es que las autoridades de salud han detectado que varios pobladores, niños especialmente, presentan cuadros de anemia severa, insuficiencia respiratoria, neumonía, problemas renales e hipertensión arterial. Más recientemente, se registró presencia de mercurio en el organismo de al menos 106 indígenas nahua en una cantidad superior a la que se halla en “personas expuestas ocupacionalmente”.

Contagios culturales

En los tiempos en que Sontone cazaba o pescaba en el monte sin angustias, las epidemias prácticamente no existían. O al menos no se tiene noticias de ellas. El hoy anciano relata que un día llegó el wawie, que significa algo así como aire contaminado.

“De un momento a otro, la gente empezó a morir muy seguido”, añade Sontone. Se contagiaron de alguna enfermedad. Para los harakbut de aquel tiempo eso era increíble porque "estaban acostumbrados a morir de vejez o por accidentes en el monte, no por enfermedades". Algo ocurrió entonces que vulneró no solo sus defensas, sino su tejido social.

La alta incidencia actual de infecciones respiratorias agudas y enfermedades diarreicas agudas, así como de otras afecciones entre los piaci no se debe únicamente a que carecen de inmunidad frente a ciertos virus. Neptalí Cueva, otro médico que los conoce, sostiene que su concepto de salud es distinto al nuestro, y que trasciende lo meramente biológico para incluir lo cultural, lo social, lo familiar.

No es un discurso, como podría ocurrir en algunas versiones de la medicina que se pretende holística, es una práctica ancestral, cotidiana, indesligable de su territorio. “Hay un pacto tácito para la relación armoniosa de lo biológico, lo mental, lo espiritual”, sostiene Cueva en su ensayo Una norma para la salud de los pueblos aislados y en contacto inicial. Esto lleva a un claro binomio salud-bienestar.

Los relatos de Sontone están cargados de nostalgia. Vio morir a su mamá, a su papá, a una de sus hijas, al parecer a causa del “contacto inicial”. Y al mismo tiempo presenció cómo su pueblo se disgregaba, ya no vivía tanto en clanes o familias, sino en pueblos, además de conocer los gusanos en las heces, las muertes prematuras y males extraños. Las avionetas, para él, fueron las que comenzaron con eso.

En una de esas veces en las que los dominicos se les acercaron para evangelizarlos, a uno de los indígenas le dieron caramelos. Al parecer, ante la falta de traductores, este no entendió que era algo que se comía y los sembró en la tierra, bajo la creencia de que eran algo así como semillas que luego generarían plantas comestibles. Pasaron unos días y los caramelos se pudrieron y no brotó nada parecido a lo que cultivaban como parte de su agricultura incipiente. Sontone dice que no se explicaron por qué, aunque tal episodio, entre ridículo y benigno, revela la vigencia de una ecuación que persiste: a más presencia foránea, más destrucción cultural, más vulneración de la vida personal y social, y también de los ecosistemas.

Respeto, cuidado, derechos

¿Hay manera de encarar los problemas de salud de los piaci hoy? En Perú, el Ministerio de Cultura (Mincul) dispone desde hace años de protocolos para neutralizar las amenazas actuales. Nancy Portugal, funcionaria de esta entidad, sostiene que se necesitan formar “cordones sanitarios y epidemiológicos” para evitarlo.

El eje central de la relación con ellos es respetar su derecho a la autodeterminación, algo que Huertas, Mendieta, Cueva y todos los dirigentes nativos defienden. Pero para que se les respete la vida, se hace necesario también que tengan derecho a atención médica, algo sumamente difícil porque se requiere entender coordenadas culturales básicas.

El doctor Mendieta ha pasado por numerosos episodios que evidencian esa complejidad. En el 2012 le tocó intervenir en la ya citada comunidad nativa matsiguenga de Yomibato ante un brote de neumonía que había acabado con la vida de cuatro niños. A otros, dada la gravedad, se les llevó a un hospital de Cusco, la famosa ciudad andina, donde los prejuicios y la barrera idiomática no ayudaron.

Otra vez, una niña necesitaba con urgencia una inyección, pero los padres se negaban. “Se tuvo que usar la vía oral, lo que puso en riesgo su vida”. Dos días después, un traductor más preparado persuadió a los padres de que era necesario que se le inyectara, se hizo y se recuperó. Cuesta entenderlo, pero para los piaci un inyectable es una presencia extraña que puede ser vista como muy agresiva. 

Mendieta propone que a los miembros de los pueblos que están en verdadero aislamiento, que son nómadas y tienen escaso contacto con la “civilización”, como los mashcopiro de las selvas del Manu, hay que atenderlos en las playas de los ríos amazónicos por donde a veces asoman pidiendo ayuda. Con mucho cuidado y en base a jarabes y pastillas. En ese caso, la hospitalización no es una opción porque si uno fallece pueden asumir que se trató de un asesinato y generarse hostilidad. El propio Mincul insiste en que, si se produce de manera imprevista un contacto con indígenas aislados, “es preferible no compartir objetos con ellos”. Tampoco se les debe dar ropa “ya que a través de ella se puede contagiar enfermedades”. Menos aún alimentos o bebidas de un recipiente usado o enlatados.

En todos esos intercambios puede viajar un maldito virus, una bacteria, un vector, algo para ellos inesperado. No hay que creer, por añadidura, que no tienen ninguna manera de curarse. Portugal informa que, en un reciente avistamiento de un grupo mashcopiro, se observó que a uno de sus integrantes le faltaba una pierna, y estaba cicatrizada. Se presume que fue atacado por un caimán. Y se ignora cómo fue que su vida continuó.

La vida continúa…

Ahora, Sontone se ha acordado de que otra vez, en esos días en que vivía feliz e indocumentado, tuvo un dolor en la espalda luego de comer un picuro, una especie de roedor gigante de carne muy apreciada en la Amazonía. Añade que se curó tras un conjuro similar al del tabaco, y lo canta al igual que el primero, con algo de melancolía, mientras ya ha anochecido.

Hace unos tres años, Héctor lo llevó a un hospital de Lima para que lo trataran del corazón. Los médicos se sorprendieron de su estado de salud, a pesar de sus más de 80 años. Le preguntaron qué había comido toda su vida y cómo podía resistir a esa edad una operación de bypass. Él cree que el único truco fue que, en la primera parte de su existencia, no conoció el consumismo, ni el estrés, ni el azúcar. Ni parte de lo que llamamos civilización.//

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LA ONU DENUNCIA UNA "OLA DE CRIMINALIZACIÓN" DE LOS INDÍGENAS  

P. F.

Un informe publicado por la representante de los pueblos indígenas de la ONU el pasado lunes revela que tanto el sector privado como los gobiernos codician las tierras de los pueblos indígenas para llevar a cabo en ellos proyectos de desarrollo económico. Ante la oposición de los ancestrales moradores, se recurre a la "criminalización" —el proceso de convertir a quienes defienden sus derechos a la tierra en criminales—. "Se ha convertido en una herramienta cada vez más común", dice este organismo. Aunque la mayoría de las personas indígenas que enfrentan cargos criminales son hombres, las mujeres soportan el peso de su ausencia ya que tienen que asumir por sí mismas todas las responsabilidades en sus familias y comunidades.

"Me han alertado sobre cientos de casos de criminalización en casi todos los rincones del mundo", ha asegurado la relatora especial sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, Victoria Tauli-Corpuz, durante la presentación del estudio ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. "La rápida expansión de proyectos de desarrollo en tierras indígenas sin su consentimiento está impulsando una crisis global. Estos ataques, ya sean físicos o legales, son un intento de acallar su oposición proyectos que amenazan sus medios de vida y culturas", ha añadido.

Este reportaje fue inicialmente publicado en el diario El País de España el día 28 de agosto del 2018



Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Meditamundo

Un blog de Ramiro Escobar