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un trompetista rompiendo la noche habanera en el bar 'el madrigal'/ramiro escobar

Cuba al son del cambio

¿Qué pasa en Cuba tras el anuncio de negociaciones para establecer relaciones con EEUU? ¿Es la misma sociedad de hace 50 o incluso de hace 10 años? ¿Hay expectativa en su gente? El autor exploró este nuevo tiempo sobre el terreno, por un encargo especial del diario La República

Publicado: 2015-02-11


-¿Que qué opino de las posibles relaciones con los gringos? ¡Pues que está bien para la desencojonación de ambos, coño!

En medio de la terminal de buses de La Habana, cerca de la Plaza de la Revolución, don Pedro Silva, un hombre que a sus 82 años sigue lúcido y erguido, suelta su opinión sin ambages, fresco como la brisa de este invierno caribeño donde el sol no raja la piel ni las ideas. “Estará bien si se logra pues, ya era hora”, enfatiza, alzando las cejas, con acento habanero.

A su lado, otro hombre, de unos 50 años, más bien silencioso, nos mira y parece más atento al barullo de los pasajeros que pugnan por treparse a un vehículo que sale hacia Santa Clara, esa ciudad que el ‘Che’ Guevara –cuya foto está en el baño de esta estación– tomó el 13 de diciembre de 1958. Es un día cualquiera en esta ciudad histórica, hermosa y algo desvencijada.

Cuando aparece un vendedor de los dos únicos diarios de la isla –Juventud Rebelde y Granma– la escena se completa. Hay quienes hablan, quienes no, y hay una prensa que se limita a informar lo estrictamente oficial. Y hay, en este pequeño escenario, un aire modesto del ayer en los buses y un viento del presente en las tiendas que lo venden todo en CUC.

La vida en CUC

El CUC (Cuban Convertible Currency) es un personaje de los tiempos que corren, cuando las posibles relaciones diplomáticas con Estados Unidos aparecen en el horizonte, como un barco que asoma por el mar que besa el malecón habanero. Equivale al dólar, pero no es exactamente el dólar, y lo fabrica el propio Estado cubano desde 1994.

A partir del 2004, el dólar salió de circulación, de modo que el CUC domina los intercambios comerciales –que por estos años se han incrementado al ritmo del cuentapropismo (negocios privados de pequeña o mediana envergadura)– y es el santo y seña para tratar con los extranjeros, incluso si uno quiere pasarse de listo y vivir en pesos cubanos.

-¿Cuánto cuesta ir de acá a Centro Habana y luego a La Habana Vieja? –pregunto, con la esperanza de que la tarifa sea la de un hombre común.

-Diez CUC la hora y nos damos toda esa vuelta, contesta el chofer de un cocotaxi, especie de mototaxi de color amarillo y con cuadraditos verdes.

No, no es posible –salvo en contados espacios– vivir solo en combativos pesos cubanos (25 valen un CUC), de esos que llevan estampada la figura de Camilo Cienfuegos. Tiene que ser en rumbosos pesos convertibles. Para el taxi, para la comida, para la internet (4.50 CUC la hora, mínimo, en las escasas cabinas públicas que hay). Para casi todo. Salvo para los almendrones, aquellos carros antiguos (algunos anteriores a los años 40), que recorren la ciudad.

No es un asunto que solo afecta al visitante. Los cubanos de a pie –o de almendrón o guagua (bus)– también deben comprar cosas en CUC, como esa refrigeradora, ni tan moderna, que se exhibe a 225 de estos pesos en una vitrina.

“Es una situación esquizofrénica”, me comentará luego Leonardo Padura, el notable escritor cubano, cuando fui a buscarlo a Mantilla, un barrio lejos del epicentro turístico. La nave entonces fue un taxi que, en el camino de ida, recogió a un vendedor de maní; y en el de vuelta, a un señor que salía de una diálisis.

Porque La Habana tiene aún ese rumor del pasado, en esos barrios y en autos viejos descapotables que pululan buscando turistas; y a la vez un tibio aire de modernidad que entra, en discretos saltos dialécticos, con artefactos como el Iphone sin internet que Gustavo, el chofer del cocotaxi, luce orgulloso, al timón de su modesto bólido.

Gringos y gringos

¿Hay gringos en esta capital tenida como una de las legendarias mecas del antimperialismo? No son especies tan extrañas como se cree. A pesar de que el turismo norteamericano está oficialmente prohibido, existen 12 categorías autorizadas por Washington (que en este tema no muestra ser tan devoto del ‘mundo libre’) para hacerlo.

Eso explica la presencia de Woody, un estadounidense entrado en canas, que da vueltas con Rosita –norteamericana de origen palestino– por la Plaza de la Revolución. Allí donde José Martí vigila desde su blanca estatua cualquier añejo intento de tumbar la soberanía cubana, escoltado por las monumentales figuras del ‘Che’ y Cienfuegos.

“No le veo sentido a continuar con esto”, comenta Woody, que se confiesa republicano, algo que desmentiría la instalada idea de que solo los demócratas están de acuerdo con tumbar el muro que, durante décadas, ha bloqueado no sólo la economía sino el encuentro real entre estos dos pueblos. A costa incluso de trágicas historias de tiburones.

Rosita explica que están allí como ‘especialistas culturales’, una de las modalidades con que alguien del otro lado del estrecho de Florida puede venir acá sin que lo devoren los recalcitrantes del Tea Party. Woody, además, se manda casi una arenga acerca de todos los bussiness que se están perdiendo por no tener relaciones diplomáticas estables.

Curiosamente, su sensación es compartida por varios cubanos que, en la calle y arropados de cautela, sostienen eso: que sería bueno que los gringos vengan “ya”, para que mejoren los negocios, el cuentapropismo, ese oficio, ya diversificado, que permite vivir decorosamente a los cubanos. Con ayuda de parientes y dólares de afuera, claro.

En un ‘paladar’ (restaurante habilitado en una casa), Carmen –así la llamaremos– llega a decir algo profano. “Por mí que los americanos lleguen con todo”, sentencia, aunque luego explica que habla así por la frustración que le produce trabajar tanto y ganar tan poco. Su oficio: cajera a pesar de tener un bachillerato universitario en Contabilidad.

En el arco iris de posiciones sobre el tema, sin embargo, la mayor parte se ubica en un estratégico centro, que se expresa con un “hay que espelal” o frases parecidas. Un pescador del malecón, por ejemplo, de tez negra, dice que “eso demorará”, mientras lanza su austero cordel en busca de un pargo, pez que suele rondar por el mar circundante.

Mirando al imperio

No resulta exagerado afirmar que la edad y la condición social marcan la actitud frente a lo que se vendría si, como ahora se dice, se llegan a “normalizar” las relaciones con EEUU. A más joven, más bienvenida esa posible nueva etapa, o acaso utopía; a más edad, más desconfianza con el viejo big brother que está allende el mar.

-Ellos siempre van a pretender a Cuba, lo que pasa es que van a hacerlo de otra forma, afirma, desde una banca de El Vedado, un residencial barrio habanero, Sergio Amores, un teniente coronel retirado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Matiza luego diciendo que “hay que abrirse al mundo”, pero al instante vuelve, de un salto, a explicarme los distintos episodios en los que, en efecto, Washington asedió a Cuba, puso a dirigentes títeres, o leyes que sujetaban a la isla sin compasión. “Desde 1902 y aún antes”, clama don Sergio desde sus 73 años jubilados y revolucionarios.

Pero nadie niega la posibilidad. El propio discurso oficial está en eso y lo remarcó, el martes 2 de febrero por la noche, Josefina Vidal, directora general de Estados Unidos en la Cancillería, en una entrevista exclusiva –y única- con Cubavisión. Según ella, sin que se derogue el embargo en el Congreso de EEUU, Obama puede hacer varias cosas.

Por ejemplo, autorizar transacciones en materia de servicios, transporte. Eso sí, como don Sergio, ni un paso atrás. Nada de cambios internos, porque “hay más que desmontar del lado de Estados Unidos que del lado de Cuba”. La Ley de Ajuste Cubano, por citar un caso, que facilita la legalización de quienes migran hacia territorio norteamericano.

Y el bloqueo, claro, el bloqueo. Explicación de todos, o casi todos, los males. Un cartel plantado cerca de la Plaza de la Revolución lo llama “el mayor genocidio de la historia” mostrando una soga en la letra ‘O’. Sin embargo, hay cubanos que no comulgan con esa explicación. “No, eso es exagerado”, sostiene otro empleado de paladar.

Es economista, nacido mucho después de la Revolución, no como don Sergio, que dice haberla vivido. En esa franja de menos de 30 años, camina el contingente más proclive a que el arreglo con el ‘imperio’ llegue de una vez. “Yo quisiera ganar como en Estados Unidos, por hora”, apunta Ariel, un cocinero de talante pragmático más que revolucionario.

La próxima embajada

Mientras vamos pulseando la rumba social de La Habana, el mototaxi de Gustavo se detiene frente a la Sección de Intereses de EEUU, un edificio alto, ubicado frente al malecón, por la parte donde uno no puede pararse ni a pescar, ni a bañarse. Unos guardias con uniforme azulado cuidan el recinto, con gesto marcial y un tanto ceñudo.

El edificio está allí desde que en 1977 el presidente Jimmy Carter propició el primer intento de deshielo con la Cuba revolucionaria. Oficialmente pertenece a Suiza, pero es el lugar donde decenas de cubanos suelen hacer cola para conseguir una visa que los traslade al otro lado. Para juntarse con sus familias o para que les paguen por hora.

Sintomáticamente, al frente está la Tribuna Antimperialista José Martí, un escenario al aire libre inaugurado en abril del 2000, que ha albergado conciertos y manifestaciones. Entre ellas las de ese mismo año para que regresara Elián González, el niño que sobrevivió al naufragio en el que murió su madre cuando trataba de llegar a Miami.

Ahora, el lugar se muestra menos tumultuoso. Poca gente circulando y un dato adicional, que podría leerse en clave diplomática: cuando tras la liberación de Alan Gross el 17 de diciembre, se hizo un concierto para los ‘Cinco’ cubanos, considerados héroes, que también fueron liberados (dos ya habían vuelto antes, en realidad), el escenario fue otro.

La cita, con Silvio Rodríguez en el papel estelar, fue en el Estadio Latinoamericano, no en este paraje, donde una estatua de Martí apunta, con dedo acusador, a la sede diplomática, que de concretarse la ‘normalización’ volverá a ser una embajada en serio. No ese lugar donde se pasa con desconfianza, rápido, o se hacen colas angustiosas.

“Es que los gringos no son de confiar”, sostiene Gustavo, que tiene 32 años y que se encuentra en una edad mediana, que ha moderado los flamígeros deseos de apertura de los más muchachos y que no carga tanto feeling revolucionario como los mayores. Nunca se quiso ir tampoco, porque su vida “está aquí”, con su familia y su gente.

Mientras nos metemos por unas callejuelas de La Habana Vieja, no obstante, me cuenta varias historias tristes; de vecinos, de amigos, que se lanzaron al mar para alcanzar Florida y nunca volvieron. El Caribe en este atardecer estrella sus olas contra el malecón, como si escondiera en sus remolinos el último suspiro de esas víctimas.

Mar de la nostalgia

La versión del escritor Pedro Juan Gutiérrez es aún más dramática. Sintió un golpe en las entrañas, recuerda, cuando en 1994, en una de las crisis más serias de balseros, vio cómo mucha gente se tiraba al mar, borracha, para perderse entre las olas. Después de eso comenzó a escribir ‘Trilogía sucia de La Habana’, su obra más descarnada y conocida.

El mismo Pedro Juan, empero, observa que cuando a un cubano se le pregunta por un escritor primero señala a Martí y luego a Hemingway. Un impulso que demuestra que, finalmente, Estados Unidos no está tan lejos, en la geografía y en el alma. Muchos cubanos –más los pudientes, pero también los modestos– tienen parte de su corazón allá.

En Miami y en otras ciudades, donde los avisos luminosos no faltan, como acá, sino sobran. Donde cae el mismo sol y llega el mismo mar, frente al cual decenas de habaneros se juntan a estas horas para cantar, para besarse o para solo mirar esas aguas que, a lo largo de los años, dividieron, se tragaron gente, se encresparon. Y que ahora podrían traer cierta calma.


Publicado en DOMINGO de La República el 8/2/2015

Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Meditamundo

Un blog de Ramiro Escobar