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fuente; spanish.latinospost.com

Cita (asistida) con la muerte

El dramático caso de la norteamericana Brittany Maynard agita el debate sobre la eutanasia o la muerte asistida, un asunto siempre controvertido.

Publicado: 2014-10-26

Apenas días después de haberse casado con Dan, su amoroso esposo, y de celebrar la llegada del 2014, Britanny Maynard recibió una revelación brutal, justo el primer día del año: tenía un astrocitoma, es decir una formación cancerosa grave, no curable, que le deparaba, en medio de duros tratamientos y con ayuda del azar, unos 10 años de vida.

Semanas después, en abril, el cangrejo miserable había avanzado todavía más, hasta conformar un glioblastoma multiforme, tumor sumamente maligno que destroza las células nerviosas. Su horizonte vital se redujo a 6 meses, en los cuales sufriría un deterioro inevitable. Fue entonces que tomó la crucial –y para ella no fatal– decisión de morir voluntariamente.

Inducir el fin

La fecha: 1 de noviembre, dos días después del cumpleaños de Dan. El lugar: su cuarto matrimonial. Los asistentes: aparte de su esposo, sus padres, su mejor amiga, quizás alguien más. El recurso: unas sustancias proporcionadas por un médico en el estado de Oregón, EE.UU., adonde tuvo que mudarse para hacer realidad su escena final.

Estaba viviendo en Oakland, California, cerca de San Francisco, y allí no le era posible recurrir a esta figura del ‘suicidio asistido’. No se mudó, por supuesto, sin hacerse insondables preguntas y explorar opciones. Su familia, cruzada de dolor, la acompañó y la acompaña en el trance, con una suerte de dulce resignación.

“No puedo expresar el alivio que siento por saber que no moriré de la manera que me han descrito que lo haría si muriera por mi cáncer”, ha dicho Brittany, en un video que en menos de una semana tuvo cerca de 7 millones de visitas. Ahora, el mundo también sabe que se encamina hacia lo que ella, y muchas personas, denominan una ‘muerte digna’.

En rigor, el suicidio asistido no es una eutanasia. El primero consiste en que un médico ofrece unas pastillas o sustancias –Brittany las tiene en unas ampollas que muestra en su video– que el propio paciente toma, con el fin de autoprovocarse una suave partida.

Actualmente esto es posible en los estados norteamericanos de Oregón, Montana, Washington, Vermont y Nuevo México. También en Suiza. La eutanasia en sí, el cuadro que provoca más rechazo, requiere la participación de un médico, o dos, y que el paciente esté perfectamente consciente de que ha decidido acabar con su vida.

Es legal en Holanda y Bélgica, desde el 2002, y en Luxemburgo desde el 2008. El primer lugar donde se legalizó fue el Territorio del Norte, jurisdicción federal de Australia, de escasísima población (200 mil habitantes en más de 1 millón de kilómetros cuadrados). Pero en ese rincón del mundo sólo estuvo vigente entre 1996 y 1997.

Una historia oscura

El caso de Brittany ha atizado el debate mundial, resucitando viejas y ásperas polémicas. A lo largo de la historia la dolorosa pregunta sobre la mejor forma de acabar nuestros días ha sido recurrente y no han sido pocas las propuestas para buscar una forma que la haga digerible y acaso vivible.

Tomás Moro (1478-1535) y Francis Bacon (1561-1626), por ejemplo, se plantearon el tema. Este último de manera más explícita, al punto que llegó a escribir que la muerte era “el menor de todos los males”. Tenía claro que a nadie se le debía matar contra su voluntad, pero sí si la persona lo deseaba.

Pero siempre hay algo oscuro en nuestra especie, que puede llevar a esta aparente racionalidad hasta el borde de abismos peligrosos. Durante el siglo XX, cuando irrumpieron con su inmensa carga mortal las grandes guerras, la idea de acabar con los ‘inú-tiles’ flotaba en los campos de batalla, y en la lógica bélica que buscaba una eficacia perversa.

En la I Guerra Mundial, el hambre y la precariedad hicieron que autoridades y ciudadanos recomendaran matar a enfermos mentales y lisiados para que alcanzara lo poco que había. En la II Guerra Mundial, los nazis llevaron hasta la locura el propósito de quedarse en el mundo sólo con los que servían y, por eso, tenían un particular modo de entender la eutanasia.

Para ellos se trataba de acabar con los discapacitados de todo tipo, sin consentimiento familiar alguno, un procedimiento macabro que Hitler puso en marcha desde 1939. La razón por la cual se alude al recuerdo tenebroso del fuhrer se encuentra allí, aun cuando en ese caso no se buscaba la ‘buena muerte’, sino el crudo exterminio.

Es exagerado afirmar que los hoy partidarios de la eutanasia son nazis, pero siempre ha sido un asunto difícil, que ha enfrentado especialmente a las religiones con los ‘liberales’. La popularidad del video de Brittany trasunta un silencioso rumor de aprobación.

Entre el alivio y el delirio

¿Ha provocado algún alivio social, o familiar, la legalización de la eutanasia en algunos países? Los resultados son contradictorios, diríase que inciertos. En Holanda, donde el tema se discutía desde fines de la década de 1960, su vigencia no disparó las solicitudes. La famosa revista The Lancet publicó al respecto un estudio bastante revelador.

Entre el 2002 y el 2005, la tasa de recurrencia al suicidio asistido o la eutanasia solo significó el 1.8% de la tasa global de mortalidad. Antes, en el 2001 (un año antes de que se aprobaran legalmente) ese porcentaje era de 2.8%. Más sorprendente aún es saber que, según el documento, la mayoría de quienes eligieron esta vía no eran ancianos.

No fueron los asilos los que voltearon en masa hacia esta posibilidad; lo hicieron, más bien, personas jóvenes, o de mediana edad, que sufrían un cáncer u otro cuadro terminal. Se puede asociar ese dato con Brittany, una mujer de 29 años, que quería tener hijos, que amaba viajar. Es más, cuando decidió su final se dedicó a recorrer el planeta.

Estuvo incluso en Machu Picchu, así como en el Parque Nacional Yellowstone, ubicado en Wyoming, y en otros paraísos. Esto sugiere que tal decisión dramática tendría que ver, a veces, con la sensación de que la vida podría ser aún larga, llena de experiencias que ya nunca se podrán disfrutar.

El caso de Nathan Verhelst, sin embargo, pone un ingrediente terrible en este debate. El 30 de septiembre del 2013 se le aplicó una inyección letal para provocarle la muerte, pues según el juez experimentaba un “sufrimiento físico insoportable”. Había nacido como Nancy, 44 años atrás, y tras sucesivas operaciones nunca llegó a cambiar de sexo.

¿Hasta dónde?

En Bélgica hasta se ha aprobado la eutanasia para niños que estén pasando por un dolor insoportable y no tengan esperanzas de vivir, siempre y cuando puedan ‘discernir’. Una de las razones esgrimidas a favor es que un menor en tal situación “madura rápidamente”. Para los oponentes de la medida se trata, llanamente, de un infanticidio.

¿Es posible resolver la controversia? Brittany sigue allí esperando, al parecer tranquila, su partida. Como si siguiera a Confucio cuando decía que si uno aprende a vivir bien sabrá “morir bien”. Lo único que se podría agregar a esta historia es que, al fin, cada día tiene su íntimo valor y cada vida su propio misterio.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Meditamundo

Un blog de Ramiro Escobar