Un Nobel contra la esclavitud infantil
Junto a Malala Yousafzai, la niña pakistaní, el otro ganador del Nobel de la Paz este año ha sido Kailash Satyarthi, un indio de 60 años, que desde hace más de tres décadas lucha para rescatar a niños de la explotación laboral. Esta es la historia de ese hombre corajudo, tierno, persistente.
Por fin, cuando la policía y los activistas llegaron, en la tarde del jueves 8 de noviembre de 2007, Sadam y otros 33 niños pudieron respirar tranquilos, vieron unos rostros más gentiles, y se asomaron a algo parecido a la libertad. Habían estado meses en una planta clandestina de bordados en Nueva Delhi, trabajando sin descanso en unos cuartos malolientes.
Kailash Satyarthi, el actual Premio Nobel de la Paz, y sus huestes generosas habían consumado una nueva operación de rescate, de las decenas que hasta entonces habían realizado en su país, donde 50 millones de menores de edad son explotados para que alguien pueda disfrutar de una alfombra o un vestido.
En busca de justicia
Esa y otras veces, Satyarthi debe haber pensado en ese niño que, 53 años atrás, cuando él tenía apenas 7, estaba en la puerta de su colegio, el primer día de clases, pero no podía entrar. Debía tener su misma edad, y la de Sadam, pero por una razón que entonces no pudo entender estaba impedido de cruzar el umbral que separaba la calle de las aulas.
Su intuición infantil lo llevó a preguntarle al niño, quien le respondió que no lo dejaban. Luego preguntó a su padre, a su maestro, al director de la escuela, al padre del mismo chico. La respuesta, tal como cuenta su biografía, siempre fue la misma: no puede, no debe, es pobre, siempre será así.
Satyarthi no se rindió. A los 11 años montó un banco de libros para ayudar a las familias que no podían pagárselos a sus hijos. Al terminar la escuela, y gracias a vivir en un entorno con recursos suficientes, estudió Ingeniería Electrónica en el Samrat Ashok Technological Institute (SATI) de Vidisha, su tierra.
Después siguió un posgrado en Ingeniería de Alta Tensión, pero la interrogante social no lo abandonaba. A los 26 años, fundó el diario The Struggle Shall Continue (La lucha debe continuar), tal como ha recordado The Huffington Post. Ese mismo año fue elegido para el cargo de secretario general del Frente de Liberación del Trabajo en Servidumbre.
En 1983 llegó su momento crucial. Creó la organización Bachpan Bachao Andolan (BBA, Movimiento para Salvar a la Infancia), con la que actúa hasta ahora para luchar contra esa lacra global contemporánea que es la explotación laboral infantil.
Atrás quedó su carrera profesional, la docencia que ya ejercía, su tranquilidad quizás, porque en adelante lo acompañaría el sobresalto. De hecho, dos de sus compañeros de lucha murieron durante operativos de rescate. Pero su propósito era claro: ayudar a hacer visible el crudo sufrimiento de los niños trabajadores.
Rescates
En las siguientes tres décadas, Satyarthi se dedicó a responder las dudas que lo seguían desde la infancia. Una de las tareas de BBA es titánica: detectan un lugar, hacen sigilosas coordinaciones con la policía y, a la hora señalada, caen sobre las mazmorras laborales.
Con frecuencia, cuando llegan solo encuentran a los niños, sumidos en el silencio o la sorpresa, solos contra el mundo y rodeados de materiales con los que tienen que trabajar por un pago miserable o a veces por nada.
En el operativo que terminó con la liberación de Sadam, se descubrió que solo a algunos les pagaban la escandalosa suma de 50 rupias (1.2 dólares en ese momento) a la semana. A otros no, a pesar de que, como contó el pequeño, trabajaban “desde las 8:00 de la mañana hasta la 1:00 de la madrugada”. Es decir, la esclavitud rediviva, en piel tierna e inocente.
En algunos casos, los soplones avisan a los capataces y estos huyen del lugar del crimen antes de que llegue el comando de rescate. En otros, responden con disparos. Un compañero de Satyarthi recibió un tiro y murió en una de esas incursiones, otro perdió la vida por una golpiza brutal que le dieron los esclavistas. El mismo Kailash lleva cicatrices en el cuerpo.
Algunas veces, los dueños o gerentes de estos silos laborales son arrestados y procesados, pues –como es obvio– este sistema de trabajo está penado en la India. Solo que la cadena de la explotación no es fácil de cortar, porque suele comenzar en las propias familias, que al verse hundidas en el hoyo de la pobreza mandan a sus hijos a que trabajen como sea.
De acuerdo al hoy Nobel de la Paz, la familia a veces los vende, para pagar deudas imposibles, y es así como llegan desde Bengala Occidental y Nepal a los centros de explotación, con engaños, o con la vana esperanza de que serán la salvación para el hogar. En las grandes capitales y en las fábricas, lo que encuentran es más pobreza y violencia.
El refugio
Pero la tarea de Satyarthi no termina al sacar a los pequeños del hoyo de la esclavitud. A cada niño que es rescatado, BBA le entrega un ‘certificado de libertad’ y la suma de 20.000 rupias (más de 400 dólares), para que su familia monte un negocio que no cercene derecho alguno. Otros se quedan un tiempo en Mukti Ashram, un refugio especial para ellos.
El lugar queda en las afueras de Nueva Delhi y sirve para curar las heridas del encierro, con alimentación del cuerpo y el alma. Un equipo de psicólogos ayuda a los infantes a recuperarse y a seguir la ruta de la educación, de modo que en el presente, y en el futuro, en vez de tejer bordados a un ritmo demoledor, puedan enhebrar su propio destino.
Mukti Ashram fue creado en 1991 y desde entonces ha recibido –como informó esta semana la agencia Efe– a unos 10 mil niños, de los 80 mil que Satyarthi y sus comandos humanitarios han rescatado. Se quedan allí uno o dos meses, dependiendo de su situación, y luego vuelven a sus familias con la recomendación de ir al colegio, no al trabajo.
Porque para Satyarthi, la educación perversa funciona como un reloj. “Es un paradigma triangular –dice–: trabajo infantil, analfabetismo, pobreza y violencia”. De hecho, varios testimonios de los niños rescatados hablan de maltratos, de horas sin comer, de golpizas tenebrosas, perpetradas a veces en la oscuridad de la noche y bajo el combustible del alcohol.
Afortunadamente, BBA ha insistido y persistido. En el camino, fue cosechando apoyos. En 1997, el Nobel lideró la Marcha Mundial contra el Trabajo Infantil, que en ese año y en el siguiente desarrolló diversas actividades a lo largo del planeta, entre ellas la entrega de un mensaje en defensa de los derechos de los niños a la OIT, en su sede de Ginebra.
Miseria laboral
“El crecimiento y la economía de mercado no pueden prosperar dando la mano a la esclavitud y el tráfico infantil”, dijo Kailash Satyarthi, que hoy ya no es un niño inquieto, sino un adulto corajudo. Su voz ahora tendrá mayor eco, se escuchará en los foros mundiales, en los medios, en la entrega del Premio, el 10 de diciembre en Oslo, la capital noruega.
Sadam ya no es esclavo. Y tampoco Lal, que años después de su rescate estudió Derecho para ayudar a BBA. Aún así, más de 160 millones de niños de este mundo siguen siendo víctimas de los malditos caporales de la industria sucia. Pero hay hombres y mujeres que los enfrentan, en la India y otros lares, para que no se rompan las manos en esas usinas miserables.