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fuente : European Commission DG ECHO

Ruge el Ébola

Sierra Leona, uno de los países más pobres del mundo, ubicado en el África Occidental, es uno de los epicentros de la epidemia causada por el letal virus. Su infraestructura médica y su ánimo no dan más.

Publicado: 2014-08-17

Hay quienes sobreviven, como Foday Nallo, un productor de arroz que, según cuenta el periodista José Naranjo del diario El País, pasó dos semanas en un centro de aislamiento, tuvo altas fiebres y dolores de cabeza, y no podía ni tomar agua. Sorbió, además, el trago amargo de ver morir a 4 miembros de su familia, de los 9 que sufrieron el ataque del ébola.

Kailahun, su pueblo, capital de un distrito del mismo nombre, ubicado al este de Sierra Leona, es hoy uno de los focos del dolor. Está en cuarentena, al igual que Kenema, ciudad principal de un distrito vecino. Ambas localidades forman parte de la Provincia del Este, donde ahora se controla quién entra, quién sale y si presenta los agresivos síntomas de la enfermedad.

Cuarentena y muerte

No es una emergencia más. Se trata de casi un millón de personas con los movimientos restringidos, con la instrucción –vital– de no tocarse, porque el virus, detectado en la República Democrática del Congo en 1976, puede contagiarse por cualquier fluido que emane del cuerpo, como el sudor, la sangre o el semen.

Por eso, en Kenema y Kailahum, distritos donde viven unas 800 mil personas, se ha instalado por la fuerza mortal de las circunstancias la costumbre de saludarse de lejos. O de tener sumo cuidado con los entierros, producidos por el ébola o no, porque la mayoría es musulmana y el ritual de esta fe determina que los familiares bañan al occiso antes del velorio.

“El momento perimortem, un poquito antes o después de la muerte –explica Luis Encinas, miembro de Médicos sin Fronteras (MSF)– es el más peligroso. Es entonces cuando la presencia del virus en la sangre es más alta”. De allí que manipular un cadáver, en las ciudades sierraleonesas –o en Liberia y Guinea, donde el mal también arrecia– implica gran riesgo.

El contacto directo con un infectado también pone al familiar, o a los médicos, en un umbral rojo. A eso se debe la irrupción, en el lugar de los terribles hechos, de ese ‘traje de astronauta’ que se usa en los hospitales. Aún así, la muerte ronda. El 29 de julio pasado, el doctor Umar Khan, quien lideraba la lucha contra el ébola en Sierra Leona, falleció en Kailahun.

Un país asustado

La muerte de Khan, y de Samuel Brisbane en Liberia (otro médico en campaña contra el virus), han activado un miedo difícil de controlar y desastroso en estas circunstancias: la gente ya no quiere acudir a los hospitales y algunos empleados huyen de estos, en la creencia de que así se alejan de un espacio donde el contagio generalizado es inevitable.

Según los especialistas de Médicos Sin Fronteras (MSF) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), la falta de personal comienza a generalizarse. Obreros y electricistas, por ejemplo, que tienen que construir, contra el reloj, nuevos centros de aislamiento para alojar a los nuevos infectados ya ven la huida como una opción, presionados por sus familias.

El drama es que en las propias casas el riesgo es mayor, si por desgracia el virus se asoma, porque no hay condiciones para aislarlo. Ni siquiera los chamanes locales se sienten capaces de enfrentar el brote maligno. Obay Masana, uno de ellos, residente en Bolo, cerca de Kenema, le confesó a Naranjo que sus pomadas e infusiones eran inútiles contra el ébola.

En la capital de Sierra Leona, Freetown, el temor también se expande, no como en la Provincia del Este, pero sí como para que el lunes 4 de agosto el presidente Ernest Bai Koroma llamara a una ‘Jornada de Reflexión y Oración’ por el ébola. Tras varios años de vivir una cruenta guerra civil, desde 1991 hasta el 2001, el país vuelve a sufrir lo indecible.

El virus del olvido

La OMS ha informado que, para combatir este brote de ébola en África Occidental, se necesitarían unos 100 millones de dólares extras. Una bicoca para cualquier jeque árabe y el sencillo de quienes compran, o venden, misiles para Oriente Medio. Pero Kenema, Kailahun y otras poblaciones africanas no gozan de privilegiada atención alguna.

En sus calles y campos, la gente está encerrada, el Ejército los obliga a no moverse. No han llegado las terapias experimentales. Mientras, los miembros de MSF o la Cruz Roja arriesgan sus vidas para que algunas personas sobrevivan al calvario de sufrir el ébola, cuya letalidad actual es cerca del 60%. O aún mayor si lo ayuda el virus de la indiferencia.

Publicado en DOMINGO de La República el 17/08/2014


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Meditamundo

Un blog de Ramiro Escobar