Abuelas coraje
Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, encontró a su nieto luego de 36 años. ¿Quiénes son estas mujeres incansables que luchan por la justicia y la identidad?
Se reunían en locales tradicionales de Buenos Aires, o en el campo vecino a la ciudad, como unas señoras normales que buscaban solo conversar, celebrar un cumpleaños o irse de picnic. Alguna vez se congregaron en el legendario Café Tortoni de la avenida de Mayo, a pocas cuadras de la Casa Rosada, donde Carlos Gardel cantaba con melancolía.
Pero a fines de la década de 1970 esas mujeres guardaban en su corazón un drama más desgarrador que la historia de cualquier tango: habían perdido a sus hijos, hijas y nietos, a consecuencia de la dictadura militar implantada el 24 de marzo de 1976 en la Argentina. Y se organizaban discretamente para que el olvido no devorara sus nostalgias.
La voz en el silencio
Todo comenzó el jueves 30 de abril de 1977, cuando, ante las masivas desapariciones propiciadas por el ‘Proceso de Reorganización Nacional’ de los militares, un grupo de mujeres comenzaron a dar vueltas en la Plaza de Mayo. Lo hacían desafiando la represión desatada y pronto la única arma que esgrimieron fue un pañuelo blanco en la cabeza.
Las históricas Madres de Plaza de Mayo habían entrado en escena, en busca de sus hijos desaparecidos, con lo cual gestaron un movimiento que rompió el pacto temeroso de callar ante la brutalidad del régimen. Poco después, un grupo de abuelas, que también habían extraviado el rastro de sus descendientes, incluidos nietos y nietas, se sumaron al grupo.
Este subgrupo dentro de las madres tenía un propósito filial y fundamental. Sabían que sus hijas habían sido secuestradas por los militares, que estaban embarazadas, que dieron a luz, que luego fueron ejecutadas y que los bebés nacidos en ese escenario de espanto habían sido entregados a otras personas. O, en algún caso, abandonados en la calle sin clemencia.
Así ocurrió con los pequeños Victoria y Anatole Julien Grisonas, quienes aparecieron en un parque de Valparaíso, Chile, en 1977. No nacieron en cautiverio, pero en la mente de los perpetradores y sus aliados no merecían vivir con sus padres.
Largo camino
La abominable práctica fue considerada como un ‘arma de guerra’ por los golpistas contra los montoneros, el grupo subversivo peronista de esos tiempos. Contó con el apoyo de las otras dictaduras del continente, incluida la peruana, en el marco de la turbia Operación Cóndor. Por eso, aquellos hermanitos habían terminado en una ciudad chilena.
De allí que la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo, que comenzó en 1977, sorteó la incomprensión, la indiferencia, la burla (los militares las llamaban ‘viejas locas’) y las fronteras. En su dolida marcha, acudieron al Vaticano, a partidos políticos, a gobiernos extranjeros. Solo la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) les hizo caso.
El 18 de noviembre de 1978, la CIDH se pronunció sobre el caso de Clara Anahí, hija de Diana Teruggi y Daniel Mariani, cuya madre, María Isabel Chorobik de Mariani, fue una de las fundadoras de la organización, junto con Estela de Carlotto y 10 mujeres más. Por entonces, todavía se llamaban a sí mismas ‘Abuelas Argentinas con nietitos desaparecidos’.
Algunos medios, como el Buenos Aires Herald, también dieron espacio a su clamor, que años después tocaría las puertas de la ciencia genética. En 1983, tras la caída de la dictadura, las Abuelas recurrieron a un grupo de científicos, entre los que se encontraba el argentino Víctor Penchaszadeh, que finalmente crearon el ‘Índice de abuelidad’.
La lucha continúa…
Con ese método, basado en el análisis del ADN, se confirmó en 1984 la identidad real de Paula Logares, la primera nieta recuperada; y también la de Ignacio Hurban quien era, en realidad, Guido, el nieto de Estela. Otras decenas de casos más fueron resueltos por esta vía, de los 114 que hasta ahora han podido absolver las abuelas.
Influyeron también para que el Derecho a la Identidad se incorpore en la Convención de los Derechos del Niño y siguen buscando a los cerca de 400 niños que un día fueron sustraídos de sus verdaderos padres. La pregunta que hace años lanzaron –“¿Vos sabés quién sos?”– sigue vigente y a la espera de alumbrar nuevos reencuentros.