Carrera sin fondo
Óscar Pistorius, el admirable atleta discapacitado que sorprendió en Londres 2012 ahora enfrenta un juicio por, presuntamente, haber asesinado a su novia. Esta es una mirada a su azarosa vida.
Ramiro Escobar
Alrededor de las 3 de la mañana del 14 de febrero de 2013, en una casa del condominio Silverwoods de la ciudad de Pretoria (sede del Ejecutivo sudafricano), se escucharon unos gritos y disparos. Más de un vecino se sobresaltó y llamó a la guardia de seguridad del lugar, acostumbrada a lidiar con altas tasas de inseguridad que atenazan al país.
A las 3 y 21 de la mañana, Pieter Baba, uno de los custodios, llamó a la residencia de Óscar Pistorius, el súper atleta paralímpico y olímpico, de donde presuntamente venía el ruido. “Todo está bien”, le habría dicho la estrella de Londres 2012. Minutos después, sin embargo, Baba y Johan Stipps, un médico vecino, se encontraron con una escena desoladora.
El crimen nebuloso
Según el testimonio que ofrecieron ante el Tribunal Superior de Gauteng (provincia en la que se encuentran Pretoria y Johannesburgo), acudieron a la casa y les abrió la puerta el jefe de seguridad del condominio, quien ya había llegado. En seguida, vieron a Pistorius cargando el cuerpo sangrante y sin vida de Reeva Steenkamp, su novia, una conocida modelo.
Hasta allí, hay coincidencia entre varios de los testigos que se han presentado y que –a lo largo del juicio que comenzó el 3 de marzo– ya pasan de 100. Pero el secreto –por el momento inconfesable– que guarda el atleta reside en la forma cómo murió su pareja. Las investigaciones y el propio testimonio del inculpado se cruzan, no ofrecen claridad.
Pistorius sostiene que se acostaron a las 10 de la noche, que escuchó ruidos extraños en la casa durante la madrugada, y que se arrastró hasta el baño, sin sus prótesis de fibra de carbono, blandiendo su pistola. Entonces, descerrajó 4 tiros, con balas Black Talon (las que explotan dentro del cuerpo), contra un supuesto ladrón escondido en el cuartito.
Si se juzgaran los hechos solamente bajo el prisma de la inseguridad sudafricana (50 asesinatos al día, según varias fuentes), la versión tendría sentido. Sólo que las dudas sobre la estabilidad psicológica de Pistorius, así como su obsesión por la seguridad y su pasión desatada por las armas, han hecho que los acusadores imaginen otro desenlace.
De acuerdo con el fiscal Gerrie Nel, encargado del caso, el velocista habría tenido una discusión con su novia (a eso habrían respondido los gritos nocturnos), esta habría huido y se habría encerrado en el baño. Preso de la ira, él le habría disparado desde afuera, a una distancia de 60 centímetros. Steenkamp habría muerto adentro, casi inmediatamente.
Tras el crimen, o el accidente, Pistorius fue arrestado, pero salió de prisión 8 días después, el 22 de febrero, al pagar una fianza de 1 millón de rands (unos 115,000 dólares). Tuvo que entregar su pasaporte y tiene que reportarse a una estación policial dos veces por semana (lunes y viernes). Ha comenzado otro camino, doloroso y con pocas posibilidades de éxito.
Una larga ruta
Porque, aunque no se le encuentre culpable de homicidio calificado –lo que podría mandarlo de por vida a prisión–, el atleta podría ser condenado por homicidio negligente, que en Sudáfrica implicaría hasta 15 años de internamiento. Salvo que Barry Roux, su hábil abogado, convenza al tribunal de que hay más de una “duda razonable”.
Hasta podría salir libre, pero aún así todo este trance resulta inimaginable para un hombre que, hace dos años, en los Juegos Olímpicos de Londres, sorprendió al mundo al correr junto a atletas no discapacitados. En ese certamen, la imagen de Pistorius montado sobre sus prótesis, poniendo un coraje y una persistencia admirables, fue realmente conmovedora.
El bebé nacido en Sandton, un municipio de Johannesburgo, el 22 de noviembre de 1986 era ya un joven de 25, que sorteó abundantes obstáculos para llegar a la justa olímpica y correr del mismo modo que lo hace Usain Bolt y otros ases. La amputación de las dos piernas que sufrió en la infancia, a causa de nacer sin peronés, había sido barrida y superada.
Londres era la última estación de un largo itinerario. A poco de perder las extremidades inferiores (a los 11 meses), comenzó a usar las prótesis que hasta hoy lo acompañan y que han variado de tamaño pero no de utilidad. Sin temores y a pesar de las burlas de sus compañeros de colegio, cuando llegó a la adolescencia practicó rugby, waterpolo y natación. También, por supuesto, atletismo.
En los Juegos Paraolímpicos de Atenas 2004 (para personas con discapacidad), hizo una faena memorable: oro en los 200 metros, bronce en los 100 metros. Su siguiente estación eran los Juegos Olímpicos, ya no Paralímpicos, de Beijing 2008. Pero allí se topó con una suerte de tribunal, aunque distinto al que hoy lo juzga.
La Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF, por sus siglas en inglés) determinó que las prótesis que usaba constituían una “ayuda técnica”, por lo que tenía ventaja y no podía participar en los distintos eventos de la entidad (campeonatos, juegos olímpicos). Sin desmayar, Pistorius apeló a otra corte: el Tribunal de Arbitraje Deportivo.
Vueltas de la vida
Esta instancia, finalmente, lo autorizó para estar en Beijing, siempre y cuando alcanzara una marca mínima exigida por la IAAF. No lo consiguió. Con todo, en el 2011, fue parte del equipo sudafricano en el Mundial de Atletismo de Daegu (Corea del Sur), donde ganó la medalla de plata en la carrera de relevo de 400 x 400. Ya estaba listo para Londres 2012.
El 4 de agosto de ese año, Pistorius hizo historia olímpica al quedar segundo en la prueba de 400 metros, detrás del dominicano Luguelín Santos. Aunque no pasó a la final, ni subió al pódium, su hazaña fue resaltada a nivel global. Siete meses después, su figura saltaría otra vez a la escena debido a la muerte de su novia, algo fuera de las arenas competitivas.
Ahora lucha para demostrar su inocencia y aquí sí ha encontrado obstáculos. Dos testimonios lo presentan como una persona muy devota de las armas y algo imprudente. Samantha Taylor, una exnovia suya, ha declarado que en septiembre del 2012 fue detenido y llevado a una comisaría por conducir un auto descapotable a extrema velocidad.
Una vez liberado –añade la joven– él y un amigo que lo acompañaba (ella también iba en el vehículo) calibraron la idea de disparar contra un semáforo. No lo hicieron, aunque Pistorius, haciendo gala de cierta temeridad, disparó por la ventana del techo del carro. Según Taylor, además, solía dormir con una pistola puesta en la mesa de noche.
Darren Fresco, un amigo suyo, ha contado ante la corte otro episodio que retrata cierto descuido en el manejo de algo tan delicado como un arma. Más o menos un mes antes de la muerte de Steenkamp, se encontraba con él en un lujoso restaurant de Johanessburgo y le pasó por debajo una pistola Glock, calibre 40, de la que repentinamente se salió un tiro.
Consciente de su fama, Pistorius le pidió a Fresco que se autoinculpe del incidente, para que no cayera sobre él mala publicidad. Taylor también refiere que, en un par de ocasiones, él se despertó en la madrugada y cogió un arma, ante la sospecha de que alguien había ingresado a su casa, un hecho similar al que, según el atleta, se produjo en la noche del crimen.
El juicio inevitable
La jueza que conduce el tribunal ante el que se sienta y sufre Pistorius se llama Thokozile Masipa y es negra. Como ha contado en una excelente crónica el periodista John Carlin, para llegar a ese asiento sorteó las injusticias propias del tiempo del apartheid. Pero nada hace suponer que su fallo tendrá un tufo racial, pues tiene fama de incorruptible.
El próximo jueves 20 de marzo se sabrá qué pasará con el otrora héroe de la discapacidad y de los campos de atletismo. Sudáfrica, que lo admiraba, hoy está anonadada por la penosa circunstancia que enfrenta y sigue el proceso con detalle (Carlin cuenta que hasta se ha habilitado un canal de TV para transmitir el juicio). La carrera más difícil de Pistorius está por terminar.