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El X-47B después de su primer vuelo

Juego de drones

No son, precisamente, objetos voladores no identificados. Pero sí pequeñas naves que, como insectos, planean sobre bosques, campos de fútbol, estaciones de trenes y, especialmente, zonas de combate. Los drones están revolucionando la tecnología, la guerra, la economía. Y comienzan a convertirse en un problema geopolítico.

Publicado: 2013-06-03

El 9 de mayo pasado, en medio de las carreteras heladas de la provincia canadiense de Saskatchewan, un ciudadano perdió el control de su auto y se volcó. Al recuperarse del impacto logró llamar al 911, pero en medio de su estado semiinconsciente, y de los profusos bosques que lo mareaban, no pudo dar su ubicación a quien le respondía.

Horas después, ante la insuperable incertidumbre, la Policía Montada optó por poner en escena un recurso último de búsqueda: lanzó al aire un pequeño avión, del modelo Draganflyer X4-ES, capaz de detectar desde el aire señales de calor. Guiado por la última señal del GPS del celular marcado, el aparatito dio con la potencial víctima.


Ataques y rescates

El héroe de la borrascosa jornada fue un drone, también conocido como ‘vehículo aéreo no tripulado’ o UAV por sus siglas en inglés (Unmanned Aerial Vehicle). Y, a diferencia de lo que ocurre actualmente en varios países del mundo, en este caso no perseguía, literalmente y a control remoto, fines bélicos sino salvíficos.

No es así en Somalia, Palestina, Yemen, Afganistán y especialmente en Pakistán, donde los drones están causando revuelo, controversia y víctimas fatales. En esos lares, además de los aparatos de búsqueda, llevan bombas, que lanzan de manera teledirigida a personajes considerados, por el país que los envía, como una amenaza ‘inminente’.

Al cierre de estas líneas, la más reciente hazaña de estos ‘robots asesinos’ (tal como los ha llamado Christof Heynes, Relator de las Naciones Unidas para Ejecuciones Extrajudiciales) fue la muerte de 7 personas en Waziristán del Norte, en el oeste paquistaní. Más precisamente en Chasma, cerca de Miranshah, la capital de esta región.

Estos precisos datos los ofrece la agencia Reuters, que además da una de las claves de por qué la fuerza armada de los drones apuntó allí: entre los muertos, está Wali ur-Rehman, figura fuerte del Movimiento Talibán de Afganistán y cantado reemplazante de Hakimullah Mehsud, actual jefe de este grupo aliado de los talibanes originales.

El avioncito de marras en ese escenario no actuó movido por el altruismo, como en Canadá, sino por el firme propósito de acabar con la vida de uno de los archienemigos de Estados Unidos, el país que más usa esta nueva tecnología de guerra. En teoría, se trata de un arma más quirúrgica, pero las cifras todavía siembran dudas en el aire.

Mariano Aguirre, director del Centro Noruego para la Construcción de la Paz, en un artículo escrito para la web de Radio Francia Internacional, da claves del rastro de estos vuelos: de junio del 2004 a septiembre del 2012, la cifra de muertos por los drones fluctuó entre 2.562 y 3.325. De ellos, unos 881 serían civiles y al menos 176 niños.


El gran hermano aéreo

La cifra proviene de The Bureau of Investigative Journalism, una organización de periodistas, con sede en Londres, que incluso tiene en su portal un link especializado sobre el tema, denominado ‘Cover Drone War’ (‘La guerra encubierta de los drones’). No es la única organización que se ha puesto en guardia contra los sigilosos avioncitos.

En Estados Unidos, la Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) ha puesto en cuestión su uso militar y a la vez el riesgo que implican para la acariciada libertad de los ciudadanos. La idea de que, desde el aire, se pueda monitorear al mínimo lo que uno hace en su vida o su hogar resulta amenazante.

En Canadá se apeló a los drones para encontrar a un hombre perdido entre los bosques, pero si su utilización policial se generaliza la sensación de vivir vigilados aumentaría. Entonces, la agria profecía del historiador Michael Foucault sobre el panóptico (torre de control carcelaria), desde el que se observa casi todo de todos, comenzaría a asomarse.

Se puede argumentar que en varias ciudades –Chicago, por ejemplo, especialmente en los barrios más movidos– ya existen cámaras vigilantes colgadas en los postes. Pero el nivel de detalle al que llegan los drones, capaces de detectar el calor humano de un cuerpo (como en el caso del ciudadano canadiense), bordea la ciencia ficción.

En Alemania la compañía de trenes Deustche Bann anunció que los iba a usar para evitar la carga de grafitis nocturna contra sus equipos, e hizo aterrizar la polémica. Por razones obvias e históricas, este país es muy sensible a la posibilidad de que la gente sea vigilada y ya antes había descartado una compra de drones para fines militares.

Ahora está por verse lo que ocurrirá. Tres años antes, en el 2010, Google quiso elaborar su mapa urbano de 20 ciudades alemanas y al menos 200 mil ciudadanos solicitaron formalmente que no se les incluya. De allí que la irrupción de los drones, aun cuando tengan como objetivo la mejora del aspecto de los trenes, genere resistencias teutonas.

En EEUU, por esperable añadidura, los aviones no tripulados vigilan la frontera con México. El Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) tiene varios en Arizona, Florida, Texas, del tipo denominado ‘Predator’. Desde muy alto, y con sensores infrarrojos, detecta si alguien quiere pasarse furtivamente al otro lado.


Al gusto del cliente

¿Cuál es el punto de equilibrio entre el uso imaginativo de los drones y sus fines ‘maquia-bélicos’? Se trata de un juguete complicado (no por gusto el aeromodelismo es uno de sus ancestros) que puede servir para matar enemigos, sin que haya ejecutores que corran riesgos, para vigilar o para propósitos más nobles, con hartas ventajas.

En ciertas actividades, además, esto es especialmente visible. La empresa española Endesa usa unos pequeños, de 75 centímetros de largo y 4 kilos de peso, para revisar los tendidos eléctricos que provee. Su ventaja comparativa: vuelan muy cerca de los cables y detectan, mediante un GPS, deterioros en las líneas, algo suicida para un helicóptero.

El costo, por si faltaran pruebas, es mucho menor. Esos drones cuestan unos 25.000 dólares, mientras que un Robinson Helicopter no baja de los 240 mil. Otros avioncitos no tripulados tienen costos que van desde los 15.000 hasta los 50.000 dólares o más. En México, sin embargo, la compañía 3D Robotics los vende hasta por 600 dólares.

Claro, son los más elementales –unos ‘dronitos’ digamos–, hacen videos o fotografías, no le disparan a nadie. Hay otros, en cambio, que pueden medir hasta 11 metros de largo, tal como señala el periodista Jesús Núñez de El País de España. Estos últimos pueden cargar hasta 14 misiles aire-tierra. Algunos ya despegan de un portaviones.

¿Y qué decir de lo utilísimos que pueden ser los drones en las catástrofes? En el Reino Unido los usan los bomberos; en EEUU la NASA, para detectar a los huracanes; y la filial estadounidense de la Cruz Roja estuvo a punto de utilizarlos luego de los tornados en Oklahoma. No lo hizo, por la restricción de vuelos, pero la posibilidad estuvo allí.

Tras un terremoto, por ejemplo, serían providenciales. Podrían detectar sobrevivientes entre los escombros o lugares aislados. Para cuestiones ambientales también sirven. La NOAA (National Oceanic Atmosferic Administration) los usa para monitorear la fauna en los océanos, y en otros lugares se han usado para combatir los incendios forestales.


Otros vuelos

Hasta hay una línea de ‘eco-drones’, puestos en la vitrina por algunas de las 2.400 empresas que producen estos aviones no tripulados en el mundo. El Easy Fly sirve para hacer un seguimiento de aves pequeñas, el Osprey para pescar in fraganti a los cazadores de ballenas, y el Arinov para encontrar sitios ad hoc para la agricultura sostenible.

Pero hay que ser cautos. Barack Obama ha prometido nuevos ‘criterios’ para los ataques con drones, aunque no ha dicho que ya no los usará; y Nicolás Maduro ha anunciado que su sistema de defensa Arpía los incluye. Mientras vuelen por esos y otros territorios políticos, los drones seguirán siendo un peligro y no solo una posibilidad.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Meditamundo

Un blog de Ramiro Escobar